Que extraño se siente volver a escribirte, volver a soñarte, volver… a sentirte.

Diría que es hasta bonito, pero no, no tengo la certeza de que así sea. 

Me da miedo y me gana la angustia con el solo hecho de pensar en volver a aquel lugar donde he dicho que fui feliz, pero que de mi solo quedaron ruinas.

        ¿Ruinas?

Sí, ruinas, porque un hogar destrozado, ropa hecha jirones, corazones devastados, rotos y poco sensatos. Sí eso fue lo que paso. Nos quisimos tanto, tanto, que nos arruinamos, tanto que quizá no fue suficiente para alguien que ha sufrido tanto y que por bandera lleva las expectativas demasiado altas, tanto que se podría lanzar en caída libre sin ningún tipo de paracaídas que se abra cuando estás por tocar tierra y no… 

Eso no paso, por lo mismo si eso era amor…

        ¿Amor?

Sí, amor… 

… preferiría no volver a sentirlo, no de esa forma que destroza.

Tengo miedo, de ese miedo que me hace ocultarme para escribirte esto, porque sí este es mi yo vulnerable, mi yo a la que le tiemblan las manos cada vez que toma una pluma para declararte una y mil veces como se siente.

Tengo miedo de que se me escape una lágrima delante de la gente porque no tengo claro si son lobos vestidos de ovejas o si es al revés.

Solo frente a ti podía hacer esto ¿lo recuerdas? Aquello de desnudar el alma frente al otro, de quitarme la armadura de chica fría solo por el hecho de que eras tú quién me protegía, era eso lo que hacías ¿no? Y sobretodo porque todo corazón, en este caso el mío, por muy frío que sea siempre sabe derretirse en las manos indicadas, y esas eran las tuyas, las que lo anidaban y lo mimaban en los momentos de tristeza, de pánico y de amor…

Y ahora… ahora ya no queda nada, nada que rescatar, más que los recuerdos que escondidos entre escombros se quedaron, ven y remuévelos, pero con cuidado, recuerda que por el suelo quedan trozos esparcidos de mi corazón y nada hace más daño que un corazón roto.